//LA JEQUE
_ _LA humedad había comenzado a corroer incluso la carne. No quedaba sol, solo una bruma pegajosa que ondeaba como humo enfermo por los pasillos derruidos del antiguo hospital de Uxmal. Nadie sabía por qué esa estructura de hojalata seguía en pie, pero ahí estaba, como una herida supurando entre los escombros de algún viejo continente. Se decía que los que entraban allí acababan olvidando sus nombres, o peor: volviendo con otros.
_ _Los perros ya no ladraban, sino que emitían un silbido agudo, algo entre la radio mal sintonizada y el chillido de una foca. Bebían del mismo charco donde se descomponía un torso, y lamían sus costillas sin apuro. En el sur, decían que la mutación venía por el oxígeno. Que requería adaptarse a este aire nuevo, diurno solo por obligación astronómica, pero pútrido y opaco. Los jeques que escaparon a los búnkeres voladores no sabían lo que se habían perdido.
_ _Irina tenía dieciséis cuando fue marcada. Era flaca, de huesos afilados, mirada errante y voz rota como ukelele desfondado. Cuando la subieron al ómnibus con otros veinte pibes, no preguntó nada. Sabía que preguntar era solo para los idiotas. Había aprendido eso la vez que su hermana preguntó quién era el hombre sin uñas que vivía en la bodega. La respuesta fue una bolsa en la cara y un disparo en el hígado.
_ _Las paredes del refugio eran delgadas, como si se hubieran construido con papel encerado. Todo resonaba. Las plegarias. Las arcadas. Los gritos. El efecto más jodido era el de los espejos. No reflejaban nada. O mejor dicho, devolvían lo que uno era en algún plano paralelo. Ver a uno mismo sin ojos, sin piel, sin fe... era parte del tratamiento. Lo llamaban "exposición al yo eventual".
_ _"Beberán del miedo como si fuera tereré", les decía el Instructor con su voz áspera, mientras mostraba cómo cercenar a un cuerpo vivo sin romperle la columna. "El dolor es un idioma. Y acá todos van a aprenderlo, o se los va a devorar el pez". Nunca explicó a qué pez se refería. Pero todos sabían que algo se movía por las tuberías. Algo con escamas de vidrio y lengua bífida.
_ _El primer día, uno de los chicos, un mocoso ufano que decía ser hijo de un coronel, intentó escaparse por una escotilla de ventilación. Lo encontraron en zigzag por el suelo, quebrado de formas que ningún cuerpo debía adoptar. Alguien dijo que había gritado "mamá" justo antes de que algo le succionara la garganta. El Instructor lo colgó durante tres días como advertencia. Su carne se volvió azul.
_ _Irina compartía colchón con Lucas, un pibe que hablaba solo y que dormía con las manos amarradas al pecho. Decía que si las dejaba sueltas, entraban. "¿Quiénes?", preguntó Irina una vez. "Los de la punta de la cama... los que se ríen sin boca". Desde entonces, ella también dormía con las manos apretadas, los párpados entre abiertos, y una hoja de afeitar entre los dientes.
_ _Un día, dejaron de darles comida. A cambio, les pasaban una grabación en loop de una voz diciendo: "Hoy no. Hoy no. Hoy no". Al tercer día, Irina se tragó el collar que le habían dado, uno con una etiqueta que decía “Objeto Transicional”. Sintió cómo le desgarraba el esófago, pero al menos dejó de pensar en su estómago.
_ _Lucas no aguantó. Empezó a hablar en un idioma que nadie reconocía. Un día se sentó en el rincón y se arrancó los labios con una cuchara oxidada. "Ahora ellos no pueden leerme", dijo, antes de escupir sangre sobre el piso de metal. El Instructor lo abrazó, le besó la frente, y luego lo llevó al Salón de las Tomas. Nadie volvía del Salón.
_ _Irina tenía visiones. Pequeños flashes. Gente arando con huesos, bebés naciendo en cavernas sin luz, manos largas hurgando en cerebros expuestos. No sabía si eran sueños o recuerdos insertados. A veces se preguntaba si alguna vez había vivido algo real. La última vez que creyó sentir algo fue cuando escuchó una canción afuera. Un ritmo suave, como un tango lento tocado por un muerto. Le hizo llorar.
_ _El humo era espeso. Se filtraba por las rendijas y formaba figuras. Rostros de parientes muertos, perros de infancia, exámenes de escuela. A veces la figura era ella misma, con otra ropa, otra piel, otra edad. Una vez vio a su madre ofrecerle un mate y decir: “Ubicar el deseo es la verdadera rebelión”. Irina escupió la visión.
_ _Los cadáveres no se enterraban. Se colgaban como ornamentos. Algunos aún se movían. Había un rumor: que si alguien lograba mantenerse cuerdo al verlos durante 48 horas sin parpadear, obtenía el pase a la “zona segura”. Pero nadie había vuelto para contarlo. Nadie cuerdo, al menos.
_ _Un día, entró una mujer nueva. Una tipa grande, tatuada, con los brazos llenos de agujeros viejos. Se hacía llamar "la Jeque". Hablaba raro, como mezclando lenguas muertas. Dijo que venía del norte, donde el calor derrite el suelo y las estatuas lloran sangre. Traía un cuaderno donde dibujaba todo lo que no debía ser nombrado. Lo mostraba y la gente vomitaba.
_ _La Jeque tomó a Irina bajo su ala. Le enseñó a respirar cuando el oxígeno se espesaba como barro. Le enseñó a escuchar las voces bajo las baldosas. A leer los gusanos. "Todo pez es un archivo", decía. "Si los cocés bien, te cuentan cómo fue el mundo antes de que se acabe". Irina aprendió a no tenerle asco a nada.
_ _Una noche, hubo una fuga. O eso dijeron. Las luces parpadearon y algo estalló cerca del Salón de las Tomas. La Jeque arrastró a Irina entre cuerpos y cables. Cruzaron un pasillo donde las paredes se movían como si respiraran. Al final, había una puerta hecha de carne. Tenía pezones y orejas. Y gemía. La Jeque la apuñaló con una estaca de hueso.
_ _Del otro lado había un campo inmenso. Lleno de postes con cámaras. Gente caminando en círculo, vestida de blanco, con sonrisas dibujadas. Un simulacro de sociedad. Había supermercados con comida de cartón, iglesias con hologramas, y algo que llamaban “zona cultural” donde solo se escuchaban risas enlatadas. Era peor que el refugio. Era un decorado para idiotas.
_ _Irina quiso volver. Pero la Jeque la arrastró hasta una cúpula abandonada. Ahí, bajo una bóveda de espejos rotos, le reveló la verdad: “Todo esto es un estómago. Nos tragaron. Desde hace generaciones. Solo seguimos viajando por los intestinos de algo que no entiende qué somos. Si querés salir, tenés que abrir la herida”.
_ _La herida estaba en el sur. En una caverna negra como útero podrido. Debían cruzar una franja controlada por los “monos-predicadores”, ex soldados deformados por el hambre y la fe. Se cubrían con crucifijos hechos de huesos de bebés y predicaban el fin del lenguaje. Comían orejas. Violaban ideas.
_ _Caminaron durante días. Solo de noche. Dormían entre la mugre, comiendo raíces y bichos. Irina no hablaba más. Se había guardado el lenguaje para sí, como una trampa. El mundo no merecía su voz. En el camino, vieron a un pibe que se abría el cráneo con una piedra mientras cantaba algo en ritmo de cumbia. Nadie lo detuvo.
_ _Cuando llegaron a la herida, no parecía gran cosa. Una grieta. Una abertura. Un agujero. Pero la Jeque cayó de rodillas y empezó a llorar como si fuera un altar. Irina la miró con desprecio. “¿Esto era? ¿Esto es todo lo que queda del afuera?”. La Jeque solo dijo: “Sí. Pero no como pensás”. Y se arrojó.
_ _Irina la siguió. El interior era viscoso. Las paredes latían. Había luz, pero no de sol, sino de entraña. No sabía si caía o flotaba. No sentía hambre ni frío. Solo un eco que decía su nombre. O uno parecido. Pronto no supo si seguía siendo ella. O si alguna vez lo había sido. Solo supo que algo acababa de comenzar.
+++
_ _FLOTÓ DURANTE lo que podrían haber sido días o siglos. En ese no-lugar, el tiempo no avanzaba en línea recta sino en espiral, como un zigzag de fiebre. La textura del entorno era carnosa, húmeda, pero amable, como un vientre deforme que la arrullaba. A veces creía ver rostros formándose en las paredes, oír ukeleles desafinados, llantos de recién nacidos que acababan en risas de adultos. No sabía si era su mente desintegrándose o el mundo reconstruyéndose sobre sus nervios expuestos.
_ _Una voz le habló. No era una voz ajena. Era la suya, pero duplicada, gastada, como si se oyera desde un casete viejo, arrastrando las palabras. “Solo vos podés ubicar lo que falta. Pero vas a tener que sangrarlo.” No había instrucciones. Solo impulsos. Sentía un ardor en las encías, como si crecieran dientes nuevos. Le dolía el centro del pecho, como si surgiera algo. No sabía si era una flor, un tumor o un parásito.
_ _La encontró. A la Jeque. Desnuda, flotando como en formol, los ojos abiertos de par en par, una sonrisa en la cara. Tenía la vulva cosida con alambre. Sus pezones habían mutado en bocas pequeñas que murmuraban frases de oraciones religiosas combinadas con recetas de cocina. De su abdomen brotaba una raíz que trepaba hasta el techo carnoso del espacio. Irina la observó con calma. No lloró. Solo la besó en la frente, sabiendo que esa imagen no era la muerte, sino un tipo de eternidad.
_ _Del vientre del lugar comenzó a emanar un líquido tibio. No era sangre, ni pus, ni semen. Era algo que recordaba vagamente al tereré con yuyos fermentados, con olor a menta podrida. El aroma se metió en sus fosas y la hizo vomitar. Dentro del vómito encontró un ojo. No un ojo humano, sino algo más primitivo. Lo sostuvo en la palma. El ojo parpadeó y proyectó imágenes: un mundo lleno de pantallas, gente haciendo fila para lamer hologramas, jóvenes inyectándose filtros de belleza directamente en la cara.
_ _“Esto es lo que voló”, dijo la voz. “Esto es lo que volaste sin saber. El mundo que pretendía sobrevivir después de morir.” Las imágenes se hacían más crudas. Había hombres con máscaras de payaso violando muñecas tamaño real. Sacerdotes tatuados exorcizando algoritmos. Mujeres dando a luz cadáveres y vendiéndolos como arte conceptual. Irina sintió que le sangraban los oídos. Se rascó los brazos hasta sacar pellejos. No quería seguir viendo. Pero el ojo la obligaba.
_ _El dolor no la detuvo. Solo la reconfiguró. Sintió cómo sus genitales se abrían, no en gozo sino en disolución. Como si todo su sexo se fundiera con las paredes. Como si su cuerpo fuera requerido como contraseña biológica por el lugar. La penetración fue inversa. La absorbieron. La tragaron. Y ahí, dentro del núcleo de ese órgano gigante que era el mundo muerto, encontró a los otros. No eran personas. Eran recuerdos en forma de carne.
_ _Había uno que fue padre y ahora era un pedazo de costilla hablando en Morse. Otra que había sido actriz y ahora flotaba como una máscara descompuesta, repitiendo su frase más famosa: “Amor es rating”. Un pibe con piernas de pez y boca de horno la miraba y le decía: “Si no gritás, no existís”. Y entonces todo se volvió rojo.
_ _Se despertó sobre una carretera. No sabía cómo. Estaba desnuda. Llena de barro seco, sangre vieja, pelo quemado. A lo lejos, un cartel decía BIENVENIDOS A LA ZONA COMERCIAL 44 – PROMOCIÓN DE LA IDENTIDAD SOSTENIBLE. Gente caminaba por las veredas como si nada hubiera pasado. Nadie la miraba. Un dron se le acercó y le ofreció un jogging nuevo, un vaso de agua y una sonrisa digital. Irina lo escupió. Pero el dron le puso una medalla: RESILIENTE EMOCIONAL: NIVEL PLATA.
_ _La ciudad era una maqueta. Edificios de cartón, autos que no avanzaban, gente que repetía frases como “qué lindo día” o “todo mejora con actitud”. Una radio flotante transmitía una única canción, pegajosa y sin alma, que hablaba de “sonreír aunque duela” y “abrazar tus límites con entusiasmo”. Irina vomitó. Pero en lugar de bilis, sacó una llave. Negra. Pequeña. Con la palabra SOLO grabada en braille.
_ _Entró a una cafetería. Todos los mozos eran iguales. Mismo rostro. Mismo tono. Mismo olor a plástico caliente. Pidió un café. Le ofrecieron “una experiencia caliente”. Aceptó. Le sirvieron un líquido denso con olor a metal. Lo bebió. Y de pronto, todo se apagó. Se vio a sí misma, flotando sobre la escena, mientras las otras Irinas —sí, había muchas— se miraban unas a otras y reían. Una de ellas se cortó las venas y usó la sangre para escribir en el piso: ESTO REQUIERE PRESENCIA. Y VOS NO ESTÁS.
_ _Volvió a la calle. Una pareja la detuvo. Le ofrecieron un contrato de identidad: podía elegir ser madre, influencer, oficinista, artista o perra. Irina preguntó si podía ser algo más. “No. El algoritmo requiere estabilidad”, dijeron. Los mató a los dos con un ladrillo que encontró. Aplastó sus cráneos como si fueran melones. Unos globos rojos salieron de sus gargantas rotas. Nadie reaccionó. Un muchacho le pidió una selfie con los cadáveres.
_ _Camino a la autopista, encontró a Lucas. Pero no era Lucas. Era una versión de él, musculosa, de dientes blanquísimos, con voz de locutor. “Hola Irina. Bienvenida al plan premium. Tenés dos caminos: integrarte o reiniciarte. Beberán tu imagen. Te aplaudirán. Pero nunca vas a volar.” Irina lo abrazó. Le metió los dedos en los ojos. Le arrancó la lengua. Le dijo: “Prefiero ser pez que producto”.
_ _Y entonces despertó de nuevo. En el hospital de Uxmal. Todo estaba igual. El Instructor. El humo. Los gritos. Como si nada hubiera pasado. Pero Irina sabía que sí. Que algo sí. Que la herida se había cerrado en falso. Que todo seguía adentro, gestándose. Que todos eran parte de algo mayor, algo sin sentido. Solo una voz suave en su oído le dijo: “Hoy, Irina, vos sos la puerta”. Y ella sonrió. Aunque no sabía para qué.
[tomado del bloque de cuentos "AISLADOS DEL SUR UMBRIO" de Diógenes Tacuara]
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