//El Dragon Del Zulu Eden

por Diógenes Tacuara 


EL BAR estaba cerrado, pero dentro aún olía a cemento fresco y sal. El cemento subía por las paredes, tragando las luces. Me senté junto a la ruleta rota mientras el edema gris me latía en la pierna izquierda, todavía húmeda por la nafta. Había huido de la misión en cuanto Dragón ordenó el inicio del juicio. No lo soporté. Dragón era el nombre de la juez ejecutora, una mujer sin euforia, sin compasión, de lengua afilada y uñas limpias. Ella misma dictó la orden: “ultrajar el guión, evocar laurel, ejecutar al ultra”. Me lo dijo sin mirarme. En mi bolsillo, una carta: HOY, VE AL CEMENTERIO-BAR, VE CON FURIA, VE CON TU ARMA. La misma arma que enterré en la tumba de mi hermano hace tres años. La misión era cruel. La utopía era una excusa. Me senté en el taburete, lo feo del más judío grabado en la pared junto a una cruz torcida. Las palabras estaban todas allí, como si alguien las hubiese hilado de forma ordenada. Quilombo útil, pensé. ¿Que significa? "Pus zulú. Frac, clon, dimisión". Todo desparramado en frases sin sentido.

Antes, mucho antes, había un dúo mejor. Éramos dos: yo y el otro yo. El fiel. El que ejecutaba. El que no dudaba. La dimisión vino cuando vi a la niña. El guión era claro: entrar, limpiar, salir. Pero la niña... no estaba en el libreto. Tenía un sol dibujado en la frente con marcador azul, y una camisa con manchas de sal. Su clon, un cuerpo sin mandíbula, yacía junto a ella. No lloraba. Me miraba. Y el aire se volvió denso. Me fui, no dije nada. No ejecuté. Eché a frac y me escondí. Pidieron mi cabeza. Pidieron que me ablanden. No sabían que yo era el que los había escrito a todos. Que cada uno de ellos era un personaje que había surgido de mí, del guión, del juego. Yo evoco. Yo ordeno. Yo soy el ultra que cursa la utopía. Y ahora, en el fondo de este bar, mientras escucho la ruleta girar sola, recuerdo el cementerio-bar donde todo comenzó.

La utopía no estaba hecha de miel. Era sal gruesa derramada sobre carne expuesta. Me asignaron al kilómetro 73. Había un bis de ejecuciones allí. Dos noches seguidas. Un clon en cada tumba. Pus saliendo de los ojos, labios zurcidos, genitales arrancados. Me enviaron porque yo era el que no vacilaba. Pero vacilé. Vacilé cuando vi que eran útiles. Que cada uno tenía algo que yo no. Un guión propio. Aversión fiel, diría ahora. Pero entonces, no. Entonces, sólo lo vi. Y lo feo me quebró. Me cobijé en un hotel a diez kilómetros, pedí aire y clonazepam. Me cubrí con cemento, como si eso me aislara de lo que era. No funcionó. El edema volvió. Y la orden de ejecución fue firmada por tu juez: Dragón. No sabías que me auxiliaba. Que en secreto, nos habíamos acostado una vez, y que me había dicho: “no omitas lo que sos, ultra”.

La historia que te conté era falsa. No fue una niña. Fue un espejo. Un espejo que me devolvió la imagen de mi padre, vestido de frac, con una Biblia llena de pus en las manos. Leía en zulú mientras me decía que la misión era divina. Que debíamos esgrimir el guión, eliminar lo que se desviaba. Yo veía kilómetros de huesos, todos ordenados, hilados como un collar de vértebras. Me reía. Una risa sin euforia. El bar era un recuerdo, un eco. Yo era solo eso. Un clon del que quiso huir de todo. Fui a buscarlo. Lo encontré. Estaba en el Ultra-Cursar. Un foro digital de extremistas. Hablaban del cementerio-bar como punto de reunión. Decían que el sol ilumina a quien lo merece. Y que todo aquel que vacile merece aire, pero no redención. Su furia era útil. Su odio, más. "Evocaban" laurel para cada ejecución, como si fuese un premio. Yo los había alimentado. Yo los creé. Y ahora querían matarme.

Me ultrajaron. Literalmente. Me capturaron en la estación cuando intentaba huir. Me llevaron a un sótano. Me desnudaron. Cemento en la boca. Nafta en los genitales. Un edema estallando en el costado. Me hicieron tragar sal. Una mujer con ojos vacíos me dijo: “tu dimisión fue un error cruel. Hoy lo pagarás.” El clon de Dragón observaba. No movía un músculo. Me ataron. Me mostraron el nuevo guión. Yo era el bis. Me iban a matar dos veces. La primera, física. La segunda, pública. Hicieron que firmara mi confesión con sangre. Que escribiera con pus cada uno de los nombres que omití ejecutar. Me arrancaron un ojo. Lo lanzaron en la ruleta del bar. Cayó en el número 13. Todos rieron. Hoy veo vacilar incluso a los más fieles. El guión se desploma. Las ejecuciones ya no son limpias. Todo se volvió un "quilombo útil". Un espectáculo para el ultra que cursa el dolor ajeno.

Pero antes de todo eso, estaba el sol. Estaba el edén. El cuerpo del zulú entre mis piernas. La primera ejecución que ordené. No era culpable. Pero era necesario. Era una prueba. La jueza me miraba mientras yo disparaba. Era joven. Tenía la piel tatuada con laurel y odio. No supo que su ruleta ya estaba cargada. Cementerio-bar ahí lo dejamos. Sin nombre, sin nada. Sólo la palabra HOY escrita en su frente con cuchillo. Desde entonces, cada vez que sueño, lo veo ejecutar, lo veo volver, lo veo iluminarse. Me llama por mi verdadero nombre. Me llama a regresar. A ser juez otra vez. Pero ya no soy, ya omití ver. Ya lo ablandé todo. Ya soy lo feo del más judío, del más cruel, del más fiel. Una aversión que se ejecuta a sí misma.

Hoy, justamente hoy, me dieron una segunda oportunidad. Me dijeron: “tú, el que lo cobijó todo, debes regresar.” Y lo hice, acepté. Me vestí de nuevo con el frac. Fui al cementerio-bar. Vi los nombres. Todos ordenados. Hilados. La utopía reconstruida. El guión actualizado. Pero algo falló. Al ejecutar al último, al clon que supuestamente era yo, el arma falló. La ruleta giró sola. Y Dragón vaciló. Me miró. Dijo: “no eras tú.” Entonces la sal explotó. Un gas. Todos cayeron. Yo salí caminando. No eufórico. No triunfante. Sólo libre. El aire era otro. El cemento ya no dolía. Pero sabía que algo había cambiado. Que ahora la furia no era mía.

Entonces desperté en el mismo sótano. El espejo en frente. El edema ardía. Todo había sido ejecutado. Mi clon me miraba. Vestido de frac. Con una biblia llena de sal. Me dijo: “tu juez ya no está. Dragón fue un invento útil. Vos escribiste todo esto. Hoy. Siempre. Cada palabra. Cada guión. Y ahora yo debo ejecutar.” Me disparó. Sentí el plomo entrar. Pero no morí. Me reí. El clon vaciló. Yo me levanté. Lo abracé. Lo amé. Le dije: “gracias”. Y mientras el sol iluminaba el bar vacío, yo me senté en la ruleta. Tiré el arma al aire. Cayó. Disparó sola. Mató al clon. Me ejecutó. Pero yo seguí ahí. Entero. Fiel. Observando. Era absurdo. Era contradictorio. Porque yo ya no era yo. Era todos los personajes. Era la historia. Era el lector. Y vos, que llegaste hasta acá, también lo sos. Bienvenido al cementerio-bar. No hay salida. Hoy comienza el bis.

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DRAGON murió ayer, pero la ruleta giró igual. Cemento y sal cubrían su cadáver en el depósito del cementerio-bar. Nadie lo reclamó. La juez ejecutora, la última con autoridad sobre el guión, había sido reducida a un cúmulo de huesos ordenados al costado del Ultra-Cursar, donde los fieles del edén zulú iban a celebrar el bis. No hubo euforia. Sólo aire espeso, lo feo del ritual, el clon que no lloró y la miel utópica derramada en la boca de los ejecutados. El arma quedó en la mesa, cargada. El espejo ahora muestra a otro. No soy yo...o sí. Ayer me auxiliaba, hoy me ultraja. Tu misión cruel fue la misma: escribir con pus lo que callabas. Lo hice. Misión cumplida. Pero el edema no se va. Sigue gris, palpitando en la ingle, como un recuerdo imborrable. Cada palabra de esa carta que encontré estaba escrita con sangre y clavos: VE, VE A VER, EJECUTA, OMITE, ABLANDA, HUYE. Laurel evocado, furia ciega. Y un sol diminuto, pintado en la frente del cadáver judío más feo. 

Había otro guión. Uno que omitieron. Tal vez por error. Tal vez por temor. En él, el clon ejecutaba al autor. El espejo quebrado dejaba ver fragmentos: la misión no era castigar, era reemplazar. Y yo, cobarde, había huido en cuanto vi al segundo yo caminar hacia el kilómetro marcado en la carta. Se parecía a mí, pero hablaba en zulú, se vestía de frac y no vacilaba. Clon fiel, programado. Me buscó. Me halló. Y al verme, dijo: “el sol ilumina al que ablanda, no al que omite”. Entonces vomitó sal. Un líquido espeso que ardía como nafta. Le prendí fuego y gritó. El arma temblaba en mi mano. No disparé. No pude. Entonces él lo hizo. Me disparó en el abdomen. Pus, huesos y un pedazo de intestino salieron. No morí. Desperté en el bar. Ruleta girando. Bar cerrado. Cemento fresco. Quilombo ordenado. Como si todo hubiese pasado en otra vida...o en ninguna.

Mi dimisión voraz no fue ideológica. Fue miedo. Fui fiel hasta que me quebraron las uñas con alambres y me hicieron escribir DIOS en la frente de una muchacha con un clavo oxidado. Desde entonces, el cementerio-bar dejó de ser punto de encuentro. Fue zona de sacrificio. Hoy mismo lo vi. Un grupo de ultras lo usaban para grabar clips. Ejecutaban a clones con martillos. Mezclaban miel con sal y la vertían en sus bocas abiertas. Luego usaban la ruleta. Si salía rojo, abrían el pecho. Si salía negro, lo hacían en los testículos. El que omite, muere. El que ve, vive. Furia ritualizada. Todo útil. Todo hilado con orden. El edema gris ahora se volvió parte de mí. Lo siento latir mientras esgrimo el arma, mientras evoco laurel para otro más. Pido ver. Y veo. Veo lo feo. Lo peor. El clon del clon, con ojos de niño, me susurra: “Hoy te toca bis”.

El ultra que ejecuta ya no espera instrucciones. Hoy actúa por instinto. Deja cartas escritas en la sangre de las víctimas. “Ay”, decía una, pegada al cadáver de una mujer embarazada. Tenía escrito TÚ ME AUXILIAS en la espalda. En otra, un anciano mutilado con los genitales en la boca, decía TU JUEZ ME CLONÓ. Todo repetido. Todo ritual. Los ordenados en fila. La nafta regando el suelo como un bautismo. Un espejo colgado al revés. El sol pintado en cada frente. ¿Qué mierda estamos haciendo? ¿Qué utopía es esta? ¿Cuál es la misión si ya nadie controla nada? Hoy veo vacilar incluso al ejecutor. Veo su sombra bailar en el reflejo. Veo su arma temblar. Le hablo. Le digo: “No soy vos. No soy el guión.” Él responde con un disparo. No me mata. Me hiere. Me deja escribir una última palabra en el suelo con mi sangre. Escribo CLON. Luego escribe él. Escribe YO.

Hoy desperté en el aire, colgado de un gancho oxidado, viendo kilómetros de cadáveres hilados como cuentas de rosario. Fui el mejor dúo con mi clon. Fui fiel. Fui ultra. Pero omití algo. Fui el primero. El guión original. Todos los demás surgieron de mí. Hoy lo entendí. Cuando el espejo se rompió, lo vi. No había reflejo. Sólo una palabra escrita con sangre: VOS. Entonces reí. La risa me partió la cara. Dragón no murió. Soy yo. Siempre fui. El arma que me ejecutó estaba vacía. El clon se esfumó. El bar no existe. El cementerio es mi mente. El edema soy yo. La miel es mi pus. La sal, mis lágrimas. El sol que ilumina es la lámpara del quirófano. Estoy sedado. Me están operando. El psiquiatra dice “fue un brote”. Pero yo sé que escribí todo. Que ejecuté a todos. Que vos me estás leyendo y por eso, ahora, te toca. Bienvenido al bis.


(tomado de "//Dos Reptiles Voladores")

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